Se encontraba en ese gélido lugar, recóndito, sombrío y lúgubre. Estaba ahí parado estático, desolado, infame de la existencia que podría acabar antes de que él lo supiera.
Los inviernos de su vida se habían extendido notablemente, aquél lugar le hacía abandonar toda esperanza, le traía memorias rotas a vivo fuego; era un sufrimiento interminable para él.
Pero había cosas buenas, él podía volverse más activo y podía pensar más a fondo acerca de todo lo vivido. Pero aún se preguntaba cómo había llegado ahí.
A través de la pequeña y única ventana que había en ese sitio, degustaba la noche en toda su magnificencia. Gracias a ella podía saborear el aroma a pinos, el incandescente brillo de la luna carmesí, el viento rozando su cara con una suavidad inhumana.
Era macabro pero a la vez relajador estar en ese sitio. El reloj viejo dejó de funcionar súbitamente. Él se rió, pensó: por fin, la luna carmesí ha decidido cuál es mi hora.
Una existencia des variante. El árbol de afuera indicaba que ya era otoño. Sus hojas rojizas, ocres y doradas con tonos luminosos. Pero para él siempre invierno, frío. Le generaba “hipotermia” sólo pensarlo, era un alma muy manipulable. Esclavo de sus impulsos, como cualquier otro humano.
Después de pensar tanto la noche anterior, el alba llegó dulcemente para entre abrir sus pensamientos, quería despojar los pensamientos absurdos que tenía abducidos en su mente.
El creería que no pasaría de esa noche, la muerte te hará libre. El futuro no existe, el pasado tampoco…y el hoy, se acabará pronto. Ansiaba tocar la esencia de la libertad, el ámbar, la dulce fragancia de la sangre, envolviéndolo, por fin salir de la monotonía de la vida. ¡POR FIN!
Llegará en cualquier momento, es mejor estar preparado.
Se impregnó en él esa esencia, se fue desvaneciendo paulatinamente. El brillo eterno y la armonía del cielo, lo acompañarían a él, Siempre.
Escrito por Elizabeth Batory de incognita perdida en el bosque para el telón de la luna.
Los inviernos de su vida se habían extendido notablemente, aquél lugar le hacía abandonar toda esperanza, le traía memorias rotas a vivo fuego; era un sufrimiento interminable para él.
Pero había cosas buenas, él podía volverse más activo y podía pensar más a fondo acerca de todo lo vivido. Pero aún se preguntaba cómo había llegado ahí.
A través de la pequeña y única ventana que había en ese sitio, degustaba la noche en toda su magnificencia. Gracias a ella podía saborear el aroma a pinos, el incandescente brillo de la luna carmesí, el viento rozando su cara con una suavidad inhumana.
Era macabro pero a la vez relajador estar en ese sitio. El reloj viejo dejó de funcionar súbitamente. Él se rió, pensó: por fin, la luna carmesí ha decidido cuál es mi hora.
Una existencia des variante. El árbol de afuera indicaba que ya era otoño. Sus hojas rojizas, ocres y doradas con tonos luminosos. Pero para él siempre invierno, frío. Le generaba “hipotermia” sólo pensarlo, era un alma muy manipulable. Esclavo de sus impulsos, como cualquier otro humano.
Después de pensar tanto la noche anterior, el alba llegó dulcemente para entre abrir sus pensamientos, quería despojar los pensamientos absurdos que tenía abducidos en su mente.
El creería que no pasaría de esa noche, la muerte te hará libre. El futuro no existe, el pasado tampoco…y el hoy, se acabará pronto. Ansiaba tocar la esencia de la libertad, el ámbar, la dulce fragancia de la sangre, envolviéndolo, por fin salir de la monotonía de la vida. ¡POR FIN!
Llegará en cualquier momento, es mejor estar preparado.
Se impregnó en él esa esencia, se fue desvaneciendo paulatinamente. El brillo eterno y la armonía del cielo, lo acompañarían a él, Siempre.
Escrito por Elizabeth Batory de incognita perdida en el bosque para el telón de la luna.
Un recorrido hermoso por el tiempo, las sensaciones y sobre todo los sentimientos.
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