El agua oscura de las aceras recorre un largo trayecto mientras unos ojos inquietos divisan el horizonte buscando algo que los distraiga del abominable pensamiento que los acompañe aquella madrugada tenue, densa y lluviosa. La luna dormida en todo su esplendor, abrigada bajo las abullonadas nubes grises sueña con un barquito de papel y una dama de vestido rojo. Horas más tarde para la lluvia y la neblina queda divagando por las inmensas calles, y se asoma la blanca y ondeante silueta roja que corre febrilmente tras un barco de papel sin remitente. Al llegar al final de la callejuela que desemboca al puerto se topa con una botella que obstruye el recorrido de aquel navío. La toma. La guarda y deja que el juguete de papel encuentre su receptor rio abajo. En el camino abre la botella y sonrie. El remitente no se ha perdido con el tripulante.
Tras el alféizar de la luna radiante....