Todas las noches cuando los grillos y los sapos murmullan en la ciénaga, me siento junto a los árboles de cacao a cantarle a las estrellas acompañada por mi perro Toby. Esperando ansiosos a que alguna de ellas cumpliera nuestras suplicas.
Recuerdo muy bien ese día en la vereda. Mis hermanos salieron a trabajar donde Don Javier, a recoger la mercancía que debía ser mandada a otros lugares del país. Desde que el gobierno había empezado a disminuir los cultivos, el trabajo había empezado a escasear y María, Soledad y yo habíamos tenido que dejar el colegio y dedicarnos a viajar todas las mañanas hasta el pueblo a trabajar en las casas de las Doñas. Pasábamos el día barriendo, lavando y quitando el polvo de aquí y allá.
Pero esa mañana de martes, las Doñitas nos despidieron del trabajo y regresamos a casa sin un peso. Poco después mis hermanos trajeron las mismas noticias y todos nos deshicimos en llanto. El calor era sofocante, teníamos hambre y solo un par de gallinas viejas, un plátano y ese cacao que no hacía más que estorbar. Si seguíamos así, estaba segura de que terminaríamos comiéndonos a Toby o a la flaca vaca de Soledad. Todo era un desastre, las estrellas me habían fallado, las Doñas me habían fallado y ahora Toby huía camino arriba. Entonces grité tan fuerte como pude, tanto que pensé que mis pulmones iban a estallar y de repente un rugido pareció salir de mi boca. Pero no, no era yo… Sonaba más bien como a un ¡Carro! No, eran muchos carros.
Corrí hacía la entrada de la casa y los vi, eran hombres y mujeres que hablaban extraño y se detuvieron afuera de la casa. Durante largas horas hablaron con mi papá, parecía como si trataran de convencerlo de algo y cuando finalmente acepto todos regresaron a sus carros y volvieron a irse. Esa noche mis hermanos y mi papá debían ir a una reunión en el bohío.
María, Soledad, Toby y yo los esperamos en el jardín, temiendo que no fueran a regresar nunca más como les había sucedido a otros niños. Entonces como solía hacer le cantamos una canción especial a las estrellas para que todo cambiara hasta que el sueño fue meciéndonos en sus brazos, regresándonos a casa.
Las reuniones siguieron durante varias semanas y un día, trajeron un montón de madera y armaron una serie de escaleras extrañas atrás de la casa. Al principio pensé que traerían muchas gallinas y me acerque a una señora y le dije:
- Doñita, pero si usted mete las gallinas ahí, sin encerrarlas de alguna forma, ellas van a salir volando o peor ¡se las puede comer un animal! No, Doñita no va a ser tan cruel de dejarlas tiraditas ahí ¿verdad?
Entonces ella se río y sonriéndome me dijo:
-No cariño, eso no es para poner gallinas, es para fermentar el cacao y volverlo chocolate, ¿has comido chocolate?
-¿Esos árboles inútiles producen chocolate? Pero si no saben dulce.
-Sí, ya verás cuando terminemos como ocurre la magia.
Así espere durante un par de días a que ese árbol inútil se volviera dulce y una mañana que parecía no acabar nunca, la señorita fue a buscarme con un trocito del chocolate más rico que hubiera probado en mi vida y desde entonces mis hermanos y la gente de la vereda lo producen. Ya nadie tiene que huir de los policías cuando cierran los cultivos, nosotras podemos seguir estudiando en el colegio y la vaca flaca y vieja de Soledad puede estar feliz de que seguirá viva.
Recuerdo muy bien ese día en la vereda. Mis hermanos salieron a trabajar donde Don Javier, a recoger la mercancía que debía ser mandada a otros lugares del país. Desde que el gobierno había empezado a disminuir los cultivos, el trabajo había empezado a escasear y María, Soledad y yo habíamos tenido que dejar el colegio y dedicarnos a viajar todas las mañanas hasta el pueblo a trabajar en las casas de las Doñas. Pasábamos el día barriendo, lavando y quitando el polvo de aquí y allá.
Pero esa mañana de martes, las Doñitas nos despidieron del trabajo y regresamos a casa sin un peso. Poco después mis hermanos trajeron las mismas noticias y todos nos deshicimos en llanto. El calor era sofocante, teníamos hambre y solo un par de gallinas viejas, un plátano y ese cacao que no hacía más que estorbar. Si seguíamos así, estaba segura de que terminaríamos comiéndonos a Toby o a la flaca vaca de Soledad. Todo era un desastre, las estrellas me habían fallado, las Doñas me habían fallado y ahora Toby huía camino arriba. Entonces grité tan fuerte como pude, tanto que pensé que mis pulmones iban a estallar y de repente un rugido pareció salir de mi boca. Pero no, no era yo… Sonaba más bien como a un ¡Carro! No, eran muchos carros.
Corrí hacía la entrada de la casa y los vi, eran hombres y mujeres que hablaban extraño y se detuvieron afuera de la casa. Durante largas horas hablaron con mi papá, parecía como si trataran de convencerlo de algo y cuando finalmente acepto todos regresaron a sus carros y volvieron a irse. Esa noche mis hermanos y mi papá debían ir a una reunión en el bohío.
María, Soledad, Toby y yo los esperamos en el jardín, temiendo que no fueran a regresar nunca más como les había sucedido a otros niños. Entonces como solía hacer le cantamos una canción especial a las estrellas para que todo cambiara hasta que el sueño fue meciéndonos en sus brazos, regresándonos a casa.
Las reuniones siguieron durante varias semanas y un día, trajeron un montón de madera y armaron una serie de escaleras extrañas atrás de la casa. Al principio pensé que traerían muchas gallinas y me acerque a una señora y le dije:
- Doñita, pero si usted mete las gallinas ahí, sin encerrarlas de alguna forma, ellas van a salir volando o peor ¡se las puede comer un animal! No, Doñita no va a ser tan cruel de dejarlas tiraditas ahí ¿verdad?
Entonces ella se río y sonriéndome me dijo:
-No cariño, eso no es para poner gallinas, es para fermentar el cacao y volverlo chocolate, ¿has comido chocolate?
-¿Esos árboles inútiles producen chocolate? Pero si no saben dulce.
-Sí, ya verás cuando terminemos como ocurre la magia.
Así espere durante un par de días a que ese árbol inútil se volviera dulce y una mañana que parecía no acabar nunca, la señorita fue a buscarme con un trocito del chocolate más rico que hubiera probado en mi vida y desde entonces mis hermanos y la gente de la vereda lo producen. Ya nadie tiene que huir de los policías cuando cierran los cultivos, nosotras podemos seguir estudiando en el colegio y la vaca flaca y vieja de Soledad puede estar feliz de que seguirá viva.
Hermoso texto costumbrista, natural, sencillo y hasta didáctico.
ResponderEliminarMe alegra encontrarte por mi txoko. Te abrazo