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Mostrando entradas de marzo, 2013

Un viaje corto

Caen las gotas de lluvia en el vidrio del automóvil y recuerdo septiembre, los lunares empiezan a llenarme el cuerpo y la epidemia se propaga. Una epidemia de manchas oscuras que se mueven a un ritmo atemporal, y me hacen pequeña, de nuevo. Es la sombra de la lluvia iluminada por la luna, la que formo mis sueños en aquel mes y hoy regresa para recordármelos.

Vacaciones

Hay muchos lugares a los que desearía viajar, demasiadas aventuras que me encataría correr, más estoy aquí sentada en un frío auditorio a finales de marzo observando la historia de un arte de hace casi un siglo. Terminare naufragando entre imagenes de toda clase de convencionalismos mientras mis escritos huyen aterrorizados. Afuera aún hace sol y los policías envueltos en sus trajes de platano esperan una protesta con disturbios que nunca llegara, y al caer la noche yo estaré escapando a mi hogar dentro de un avión de colores. ¡Ah! cuan delicioso es el olor de la caña y cuan verde es el añorado valle, efectivamente apenas a traviese los postes de la panamericana estaré en casa.

En el muelle

Como una lejana gaviota tus palabras se posan ingrávidas y blancas sobre mi terso hombro. Abril cae iridiscente bajo tus pies descalzos y recuerdo tu corbatín negro y tu aliento a verbena. Como una lejana gaviota te siento partir de mi lado cuando la ola más grande se acerca y tu aroma a sal espumosa cae a mis pies como una roca muerta.

Penas y embrujos

Estoy enferma de escribir, se me está escociendo el alma y hay tanta pluma sin tinta. Necesito un poco de vida, no, no mejor da me otra hoja o de seguro moriré esta noche. Se me atiborran las letras ¡ay que dolor de cabeza! pronto amor, regálame una de tus historias o la fiebre consumirá mi cuerpo. Estoy enferma de escribir, porque aún no te decidís a leerme.

La chica en el monstruo de metal

A Laura María,  aunque aún no sepa como leer. La conocí una tarde tan gris como aquel rascacielos, tenía ojos verdes y una voz amelocotonada. Era una poeta de cinco años que iluminaba la vida con solo mirar hacia el horizonte. Llevaba un trajecito azul y unos zapatos negros, por los que el cielo detenía su ajetreo y se sentaba a escucharla entre nubarrones y vendavales. Quería irse conmigo y yo no quería abandonarla, quizás no la vuelva a ver, pero dejo sus letras escritas en mi mochila gris.