Nunca habia visto su cuerpo, en ningun momento pude entrever sus desdichas, era tan ajena a mi vida que desconocia por completo su destino. Quizás inicio su recorrido en alguna parte de la costa y termino en aquel pequeño hogar, tal vez simplemenque surco un planeta que hoy desconozco. Lo cierto es que la seguí.
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Camine a su lado sin que se diera cuenta, pregunte lo que su lengua no podía traducir a este mundo moderno. Ella era tan distinta de lo que distinguian mis ojos día tras día. Era la madre de unos hijos que partieron con la corriente, unos trotamundos que nunca pudo ver despertar. El silencio algunas veces fue su aliado, otras una maldición. Dios siempre estuvo a su lado, según susurra entre voces cuando más sola se siente. Nunca pereció entre la lucha a ciegas contra el enemigo que vivia a su lado. Los tuberculos soñaron sus sueños cuando era perseguida por la violenta realidad, su boca perdio más dientes de los que tenia por lo poco que se atrevio a revelar. Sus labios resquebrajados por el llanto y las nubes del invierno llevan la huella de su tristeza, perr aunque mis oidos y me mente lo crean ridiculo, ella no piensa en eso. Esa era una persona que ella no vio, de la que nunca fue amiga y a la que nunca quisiera visitar. ¡Que dulce es usted señorita! decia mientras yo observaba aquellos pies descalzos que ella pretendía ver hermosos, su voz salía de ningun lugar y tomaba el mismo rumbo insipiente, era como si tratara de conversar con un tercero dejando que sus palabras llegaran a quien quisiera oirlas. Nunca olvidare su mano tomando la harina y partiendo hacia las montañas, aquellas manos con tanta fuerza como para acabar con un oso pardo, se veían tan frágiles frente a tales confesiones. Su risa se volvio eco al igual que sus pasos, no escucho en ningun momento mi voz, siempre fue sola, con un vestido radiante y un rostro en cantador que profesaba su mente, una soñadora que con su mente huyó del conflicto de la realidad. Iba descalza, vestida con el corazón de un niño y la mente de un filosofo empirico. Esa era la voz de los hijos de la montaña, de la piel resquebraja de la corriente.
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Escaparates de la luna